Cultivo de trufas



Una buena alternativa a los cultivos extensivos en las tierras calcáreas y frías del interior de la península es la encina micorrizada con micelio de trufa negra (Tuber melanosporum) normalmente, aunque pueden cultivarse otras especies de trufa.

Las ventajas de este cultivo frente a los tradicionales es pese a tener una puesta en cultivo algo más cara (6€/plantón), y una entrada en producción algo lenta, 7-8-10 años, se considera muy rentable por el alto precio de mercado que consigue el producto, muy demandado por restaurantes de lujo y muy escaso en la naturaleza.

Los beneficios de este cultivo son evidentes, ya que se trata de especie autóctonas, por tanto, completamente adaptadas a las condiciones de suelo y clima de la zona y necesitando muy pocos cuidados. Comentan los entendidos en la materia, que los primeros años conviene realizar una labor superficial para reducir la competencia con las plantas adventicias, y un par de riegos de apoyo en verano son suficientes para la buena implantación de los árboles.

La micorrización es un proceso natural, es una unión simbiótica entre un hongo y las raíces de la planta, de esta forma, ambos individuos obtienen un beneficio, el hongo ayuda al árbol a captar agua y determinados elementos que por si mismo resultaría más complicado, y a cambio, el hongo recibe azúcares procesados en las hojas del árbol. Se cree que existen hongos micorrícicos para todas o la inmensa mayoría de plantas conocidas.

El proceso de micorrización “industrial” se lleva a cabo en vivero, se realiza en bellotas pregerminadas, untando la radícula en una especie de papilla que contiene esporas del hongo que se pretende establecer. A continuación se siembran en bandejas forestales y transcurridas una o dos savias (temporadas de crecimiento), estos plantones pasarán al campo para su cultivo.

La trufa negra, además de poder micorrizar con éxito encinas (Quercus ilex), puede producirse en las raíces de Quejigos (Quercus faginea), coscojas (Quercus coccifera), avellanos o tilos. Un buen método para conocer la presencia de los cuerpos fructíferos de este hongo, es porque en la superficie del suelo se produce lo que se conoce como quemado, que consiste en que las plantas herbáceas que crecen sobre el mismo, comienzan a morir, dando un aspecto similar a si se hubiesen quemado con fuego.

Para la recolección de las trufas se emplean perros (más raro cerdos) adiestrados para localizar bajo tierra tan valioso producto. Cuando el perro detecta una trufa, la señala y es el propietario del perro quien con un machete trufero, una especie de pala de punta estrecha para no dañar las raíces, extrae del suelo la trufa en cuestión, en ocasiones ejemplares de gran tamaño.


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